lunes, 8 de mayo de 2017

Por Soledad Vallejos

El colectivo de activistas urbanos que quiere volver a unir la ciudad con el agua.
Un día supieron que en Dock Sud había existido una playa; conocieron a algunos de sus visitantes, investigaron y empezaron a organizar expediciones para recuperarlas. Lo llaman “activismo ribereño” y suman cada vez más seguidores.


Detrás de donde parece que termina la ciudad, el asfalto sigue: la calle también es pública, pero no la camina nadie, y aunque la atraviesan dos líneas de colectivos y tienen paradas, de esos coches no bajan pasajeros. Porque creen que la única barrera entre ese lugar y las personas es el desconocimiento, un grupo de artistas y activistas urbanos guía bajo el cielo encapotado a unos cincuenta desconocidos que leyeron en Facebook –o quizá en algún correo electrónico que alguien les reenvió– que había una excursión a la isla Demarchi. Es sábado al mediodía y Colectivo Ribereño, el espacio que hace “activismo ribereño” y tiene como amuletos las palabras “acceder, recorrer, mapear”, aprovecha el otoño para conspirar contra la idea según la cual después de Puerto Madero, sólo hay espacios vacíos, el fin de Buenos Aires, la nada. “Hay algo que siempre nos motiva, y es que estos espacios habitualmente son públicos e inaccesibles, pero que cuando se ganan y se vuelven a reconfigurar, son privados. Porque el privado tiene el tiempo de esperar”, dice una de las organizadoras mientras avanza por la avenida España. La meta de la tarde es alcanzar la isla Demarchi, pero para conocerla también hay que llegar al río.

La reconquista

Al doblar la curva, cuando la calle se estrecha y las torres de Puerto Madero quedan a las espaldas, en las veredas crecen pinos altísimos y en lugar de baldosas hay pasto. Un poco antes, la avenida es ancha como Libertador pero no suenan motores. Ahí, a medio camino entre la curva y el Museo De la Cárcova, de un mar verde emerge una fuente animada por un futurismo que hoy es retro. A un lado, la flanquean las construcciones de la Villa Rodrigo Bueno y un puente que se adentra en el terreno del que sólo se ven árboles y una cúpula extraña. “Es la ex Ciudad Deportiva de Boca”, dice alguien, mientras una señora apura el paso para llegar, asomarse a la construcción que alguna vez fue costanera ante el río y recordar en voz alta, como quien suspira, “¡yo la visité cuando era chica!”. Por el puente, sobre el que se ve una casilla de seguridad, un perro avanza hacia la calle con paso cansino. Sobre el acceso vallado, se amontonan carteles más o menos descascarados, con diferentes colores y desgastes, como capas geológicas que dan pistas de las épocas en que llegaron allí: el “prohibido pasar, propiedad privada”,   “Av. España 2040, ex 2230”, “Santa María del Plata, Av. España, Costanera Sur” (en referencia al proyecto de IRSA, propietaria actual de los terrenos), “acceso proveedores circo” (de 2008, cuando en ese sector de Costanera Sur el Cirque du Soleil había montado su carpa para un show).

En lugar de nostalgia, en la conversación entre desconocidos que coinciden en el paseo aflora la información: alguien recuerda el proyecto majestuoso y trunco que Armando J. Armando trazó para las 40 hectáreas de terreno que ganó al río para Boca Juniors, con anuencia del gobierno de Lanusse; alguien más cuenta que eso cayó en el olvido, y que con él terminaron de rellenarse espacios del río, tanto que ahora parecen todos terreno firme; otra persona recuerda que IRSA planea construir allí un mega complejo edilicio.

“Vamos a ver qué vamos a perder”, había anunciado una de las organizadoras, antes de preguntar: “¿Alguien conoce la isla Demarchi?”. En lo que llaman “expediciones”, de lo que se trata es de caminar el territorio y trazar recorridos posibles, “construir en cada salida grupal un mapa que después permita a cada uno volver a ir o contar a otros cómo hacerlo”. Eso procuran ella y sus cómplices a la hora de instigar el reconocimiento del terreno. Esta tarde el objetivo es llegar a Isla Demarchi, pero otra veces las salidas son a Puerto Piojo, una playa que congregaba pequeñas multitudes en Dock Sud y de la que todavía hay memorias vivas (ver aparte), y para lo que resta del año están en carpetas otros recorridos, cada uno más inesperado que el otro.

Llegar al agua

Dicen que un día se arengaron con “activemos, hay que llegar al río”, y entonces no pararon. Por afinidades electivas, por amistad,  o porque algún azar lo quiso, las artistas Carolina Andreetti, Juliana Ceci y Sonia Neuburger, el periodista Carlos Gradin, y el antropólogo Pablo Caracuel coincidieron en la necesidad de ver el agua desde la ciudad, meterse en ella lo más posible, y esto dicho de manera literal. En el camino, descubrieron que había otros grupos ocupados en lo mismo. Entonces, para perseguir cada uno su rincón de costa, exigir su camino con vista al Río de la Plata, mirar la ciudad con ojos de urbanistas, o de artistas, o de periodistas, abogados, arquitectos, unieron fuerzas. Por eso, por ejemplo, todos los expedicionarios que caminan hacia Isla Demarchi llevan en la mano el mapa que hizo el Colectivo Ribereño (www.facebook.com/colectivoriberenio), el grupo que conforman Ribera BA (www.riberaba.org.ar), Expediciones a Puerto Piojo (www.expedicionesapuertopiojo.wordpress.com), y el Club Regatas Almirante Brown (www.facebook.com/regatasbrown). El papelito, desplegable y con información histórica de la zona, indica el camino  que bordea los astilleros, cruza la isla Demarchi y llega hasta el Río de la Plata, a la vera de la central eléctrica.

¡Allá está la Usina del Arte, mirá! descubre de repente una de las expedicionarias novatas llegadas esa tarde. Señala hacia la derecha, detrás del edificio del Servicio Auxiliar de Radioaficionados de la Armada, los árboles, un playón, la avenida desierta; y sí, desde esa zona de Costanera Sur se divisa.

–¿Se podrá llegar desde acá? –pregunta alguien más.

–No. Se ve algo cerca pero en el medio está el canal. Cuidado con la curva, vamos, así doblamos todos juntos –indica Andreetti, con el recuerdo fresco de que recién, por allí, pasó un colectivo (pasan dos líneas: la 2 y la 4) a velocidad de carrera de Fórmula 1.

La expedición se adentra tierra adentro, por donde hace sesenta años había agua (se puede ver en los mapas satelitales oficiales) y ahora la magia del espacio ganado al río muestra verde, descampados, árboles, alguna parada de colectivo que combina  una parte del mobiliario urbano más reciente  y otra digna de pieza de museo.  A un lado de la calle, hay un alambrado, un poco de terreno despejado y, al fondo, asoma un barco. No está sobre el río, sino inmóvil sobre el verde, sostenido por unos maderos: allí funciona un astillero, y está en pleno funcionamiento. En minutos, la partida pasará por el portón del depósito de Algieri, Tandanor, y el taller de mantenimiento de la Armada. Al fondo, después de un par de curvas, aguarda el  Río de la Plata.

La idea es acceder a lugares que son públicos pero no están abiertos –dice Neuburger.

A esos lugares que son tan difíciles de llegar que te los perdés –acota Andreetti.

Estar en un lugar nos permite pensar cosas para ese espacio, aunque sean utopías. La idea de imaginar o construir nuevos imaginarios para ese territorio te da la posibilidad de conocerlo físicamente, de estar. No es solamente cosa de verlo en fotos. En Puerto Piojo, por ejemplo, a pesar de que las aguas del lugar estén contaminadas, son parte del Polo Petroquímico. ¿Por qué no ver que el lugar que existió, tuvo una historia diferente y no hace tanto tiempo? Cincuenta años no es tanto tiempo. De hecho, todas las personas que nos cuentan historias de ahí están vivas y tuvieron esa experiencia vital. En esa zona costera, había recreos donde los trabajadores de las fábricas iban a almorzar, hacían fiestas. Había un uso recreativo en el espacio público. Conocer esas historias nos abrió a pensar que podemos pensar otros futuros para ese lugar. Hay que recuperar la idea de que nos pertenecen, y también que el uso recreativo de esos espacios públicos es vital. Te cambia la vida poder los domingos ir a juntarte ahí dice Neuburger.

El camino sigue. Diez, veinte minutos después, en el aire suena Gilda. La música sube desde el fin de una barranquita abajo. En una costanera de cemento inimaginable, chiquita, separada del verde por unas rejas, un cartel anuncia que “se vende gaseosa, galletita, pasta, lombriz, artículos de pesca”. Frente a la usina, unos siete hombres pescan en lo que queda del brazo del río. Lejos, como desde otro mundo, asoman algunas torres de Puerto Madero. Más allá no se puede pasar, porque, aunque es tierra pública, una reja impide el acceso y un cartel asegura que el estacionamiento de la usina es “propiedad privada”, aunque sea el único punto para llegar hasta el mismísimo Río de la Plata.´

A veces se trata de ver hasta dónde llegás después de caminar. Bueno, hoy te encontrás con una reja dice Gradin, mientras a unos metros de él,  dos agentes de Prefectura preguntan a otro de los expedicionarios quiénes son, por qué están allí, porque es inusual el movimiento. Hay que apropiarse de lo que es de todos, pasear.

Barranquita abajo, uno de los pescadores pega un tirón de la caña: le arrancó al río un dorado.



Publicado por el diario Página 12  el día 07 de mayo de 2017.

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