Publicada por revista 8,66 el 27/12/2013
LA
CIUDAD Y LA POBREZA
Empobrecimiento cultural o espiritual: ¿Es la pobreza una
condición producida por las Ciudades modernas?
Por Carlos Campos
A
lo largo de la historia, las valoraciones ideológicas que se han dado al
término “pobreza” han sido de lo más variadas.
No
obstante, la mayor parte de las veces, “pobreza” es una palabra que se utiliza
para delimitar un cierto estado de indefensión. Somos pobres cuando no podemos
afrontar alguno de los requerimientos de nuestro hábitat. Cuando ese hábitat se
torna apremiante, o pleno de urgencias que no podemos controlar. Cuando no
podemos planificar, cuando no podemos ahorrar o prever las condiciones futuras.
Cuando “vivimos al día”, o necesitamos de la ayuda o el aporte de otros para
subsistir.
La
pobreza y la dignidad se encuentran, generalmente, solidariamente vinculadas,
porque es ésta la condición que promueve las cooperaciones, la ayuda
comunitaria, el desplazamiento de los intereses individuales en pos de un
comportamiento que tiende, de una u otra manera, a lo social. La pobreza nos
incita a economizar, a optimizar cada recurso, a aprovechar económicamente las
fuerzas de trabajo. La pobreza se enfrenta echando mano a los valores que
demuestran la solidaridad, la empatía, la compasión y el trabajo colectivo.
El
siglo XX nos ha enseñado a pensar la pobreza como una estadística. ¿Puede la
pobreza medirse en abstracto? ¿Qué sentido tiene decir que el umbral de pobreza
es un ingreso de dos dólares diarios por persona? ¿Cuál es la relación que
construimos con la pobreza en la Ciudad Contemporánea?
Aunque
generalmente la pobreza es considerada como un valor negativo, en algunos
ámbitos de naturaleza espiritual es buscada de manera voluntaria,
transformándose en una virtud. Sin embargo, la relación entre la pobreza y la
Ciudad Contemporánea está lejos de mostrar su faz solidaria.
Cada
anochecer asistimos indiferentes a la improvisada instalación de personas sin
hogar, que duermen en colchones a la intemperie que ubican en veredas, ochavas,
a veces en los halles de los cajeros automáticos o en galerías, parques o
bancos de plaza.
No
sin perplejidad, descubrimos que en ocasiones, la respuesta de la Ciudad a este
problema es rodear con rejas las plazas o instalar gruesos apoyabrazos de caño
en los bancos de madera para que no puedan usarse como camas.
En
París, para evitar que los que menos tienen hurguen en los basureros de los
restaurantes y locales de comida rápida –usualmente llenos de comida que tiran
sin que nadie la haya probado- vierten cloro, lavandina o amoníaco dentro de
los recipientes de basura una vez que están llenos.
Como
si esto no fuera suficiente, en el exterior de los contenedores un cartel
advierte que recaerá el peso de la ley sobre aquellos que intenten “robar” la
comida que allí se encuentra.
¿Pobreza o Pobrezas?
Dado
que las personas tendemos al progreso y buscamos el bienestar, la pobreza suele
ser una condición compleja y al mismo tiempo transitoria. Se trata de un estado
por el que mucha gente atraviesa durante algún período de su vida. Cuando se
encuentra asociada a la juventud, va tomando con el tiempo sesgos de gesta
heroica, “aquellos años en los que no teníamos nada”, y termina revestida de
una apología, acaso exageradamente magnificada, pero real.
Por
otra parte, resulta importante diferenciar la “pobreza urbana” de la “pobreza
rural”, ya que mientras la primera se encuentra ligada a las condiciones
insuficientes de alimentación, servicios básicos como cloacas, agua potable,
energía o luz eléctrica; en la vida rural, la mayoría de las personas carecen de
por sí de los servicios que abundan en las ciudades, y que generan la
diferencia entre los que viven en la pobreza y los que no. En áreas rurales la
falta de alimentos y recursos energéticos naturales es menos probable, y la
posibilidad de llegar a vivir dignamente sin contar con servicios que en la
Ciudad son esenciales, es mayor.
En
la Ciudad moderna, con la proliferación de objetos de consumo masivo, se
modificó el concepto de pobreza. En el perverso juego que define quién tiene
más y quién tiene menos, la Ciudad Contemporánea tiene la obligación de
proporcionar mecanismos igualadores, dentro de los cuales las diferencias
tiendan a perder sentido. Pero estos mecanismos no deberían ser la
proliferación de más y más objetos de consumo. Y mucho menos, barreras físicas
que aíslen a los que menos tienen.
El
espacio público, el transporte, la educación, el cuidado de la dimensión
simbólica del espacio de la ciudad, la asistencia médica, las fiestas
populares, los parques y espacios verdes de uso común, el respeto por las leyes
y el cuidado del medio ambiente, son algunos ejemplos que se mueven en este
sentido: el de generar ámbitos de intercambio, donde la condición de tener o no
tener bienes no sea el eje de la relación entre los habitantes de una ciudad.
Algunas
favelas de Río de Janeiro cuentan hoy con oficinas de correo, agencias de
viaje, bancos, orquestas infantiles, polideportivos, iglesias, y otros
servicios que pertenecían hasta hace muy poco, única y exclusivamente, a la
ciudad formal.
Pareciera
más acertado pensar en la Ciudad Contemporánea como un organismo dual, en el
que conviven, en verdad, dos ciudades en un mismo espacio: la Ciudad Formal y
la Ciudad Informal.
Para
Domenico Potenza, en colaboración para este artículo, “una de las diferencias
fundamentales entre la Ciudad Formal y la Ciudad Informal tiene que ver con las
expresiones que las caracterizan: estática y completa para la primera, y
dinámica y en constante cambio para la segunda”.
Acaso
desde esta base sea más sencillo establecer dinámicas que posibiliten el
aprendizaje y la convivencia.
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